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Baedeker para moverse en la intriga
Por Luis M. Alonso (25 de abril, 2009)
Observación, enlaces y turismo en las novelas del género negro
No se me ocurre otra cosa mejor que hablarles de libros. La literatura es detalle y observación y no siempre es necesario citar como ejemplo de ese orden establecido a Nabokov. Sé por Chandler que el olor de los eucaliptos es el del rastro del gato macho marcando su territorio. Pero sólo me he atrevido a corroborarlo después de habérselo leído al autor de El largo adiós. Otras veces, un relato me ha traído de vuelta la imagen de un lugar, como ha ocurrido con Benjamín Black/John Banville cuando escribe sobre los crepúsculos neblinosos de verano en Dublín.
Dedico parte de mi tiempo mejor aprovechado a Andrea Camilleri y a su microcosmos siciliano. He leído la investigación sobre el caso de las monjas de clausura del convento de Palma di Montechiaro, Las ovejas y el pastor, y la lectura me ha llevado de inmediato al autor de El Gatopardo, por la relación del citado convento con la familia de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. De Camilleri leo también el diccionario sobre la mafia, «Vosotros no sabéis», interesante retrato sobre Bernardo Provenzano, pleno de color local, y de ahí salto a La honorable sociedad, de Norman Lewis, editado por Alba. ¿Quién ha dicho que sólo internet permite la navegación mediante enlaces? Para completar el ciclo hojeo Ardores de agosto, una novela más del entrañable comisario Montalbano, resignado a pasar con su novia el mes más caluroso del verano en la playa.
Sigo a cierta distancia a otros autores del llamado género negro que son, sin embargo y desde hace tiempo, muy populares. Las novelas de la escritora italoamericana Donna Leon tienen dos tipos de lectores: los que buscan en sus páginas el suspense de las historias que cuenta y aquellos otros que se sienten viajeros pendientes de un Baedeker poco convencional, en una Venecia fuera de los circuitos turísticos. Seix Barral ha publicado la última entrega de Leon, La otra cara de la verdad, una intriga, esta vez, relacionada con el transporte ilegal de residuos y la llamada ecomafia. La nueva peripecia del comisario Brunetti, un personaje perfectamente identificable para quienes han disfrutado de Maigret en las novelas del gran Simenon, se lee en un pispás como otras novelas de la autora.
Si Brunetti nos lleva de paseo por una Venecia oculta a los ojos del turista, Kostas Jaritos, el comisario griego de Petros Márkaris, sirve de guía a los lectores para adentrarse en el dédalo de culturas de Estambul. Sorprendido en un viaje turístico con su mujer, Jaritos se ve obligado a investigar un asesinato junto a su colega turco Murat. Márkaris utiliza como telón de fondo la pequeña comunidad griega estambulita tras el éxodo de 1955, algo que él conoce perfectamente por haberlo vivido. Quien haya estado alguna vez en la vieja Constantinopla sabrá reconocerla en este párrafo: «Cruzo la plaza Taksim y me zambullo en la marea humana de Pera. Es extraño. Normalmente, el gentío que sube es más o menos igual al gentío que baja. Sin embargo, en todo momento tengo la sensación de que la gente se me echará encima y de que he de estar preparado para saltar a un lado». ¿Verdad que les suena?